El presidente anuncia, satisfecho, las cifras que revelan el
pleno empleo. Sonríe, está feliz. ¿Qué presidente? El de mi país (Chile), pero
para el caso es igual, porque todos los presidentes hacen lo mismo cuando
descubren, en medio del océano de datos, alguno que los favorezca ante eso que
llaman “opinión pública”.
Y es que, más allá del dato duro, la “opinión pública” suele
ser la opinión que los de arriba creen que se debe tener de ellos. “Si no me
creen, pregúntenme a mí”.
Ahí tenemos, entonces, la congelada sonrisa del presidente
en las pantallas, mientras el tornasol de los guarismos adorna el fondo. Según
cómo se les mire, los números dan diferentes brillos y tonos, a gusto del
comentarista o variando según las coordenadas del observador.
En un mundo que amenaza con zozobrar cada quince minutos, es
bien visto no estar con el agua al cuello. O eso quieren creer señores como
este presidente, es decir, cualquier presidente. Todos tienen trabajo, luego,
estamos bien. La cifra brutal es esa: hay trabajo para dar y repartir, lo
estamos pasando demasiado bien.
Claro: el tornasol de la información también nos dice que la
mitad de los que trabajan en Chile ganan $ 400.000 o menos al mes. Cerca de 640
euros. En trabajos como vigilante de banco o supermercado. Cajeras y
vendedoras. Aseo. O simplemente todo tipo de subempleos de difícil detalle.
Pero están todos bien: tienen trabajo.
No falta el sagaz que observa que estas cifras de empleo no
se lograban desde hace cuatro décadas. Bonita cosa: estamos bien, estamos como
hace cuarenta años. En esa época, curiosamente, gobernaba un presidente llamado
Salvador Allende. Y a estas alturas de enero de 1973, ya se afilaban los
cuchillos y se limpiaban los fusiles, preparándose para un septiembre de aquellos.
Pero no nos detengamos en eso, esta es otra historia.
¿O es la misma Historia, con mayúsculas? ¿Esa historia de la
cual no sabemos sacar ni media lección? Hace cuarenta años, muchos estábamos en
la escuela básica, aprendiendo cosas que parecen olvidadas pero que a veces
vuelven a la memoria. Las cuatro operaciones, sumar, restar, multiplicar y
dividir. Entender mínimamente la danza de los números y su peso dentro de la
realidad.
Después de dar las cifras, el presidente se retiró en medio
del aplauso de sus adláteres. ¿Qué presidente? ¿El de hace cuarenta años? ¿El
de ahora? ¿Hay alguien afilando algún cuchillo por ahí? ¿O eso es cosa del
pasado? Es igual. Las cifras van y vienen, y la memoria no las alcanza a
retener. Por lo menos tenemos trabajo. Eso es bueno. Eso dicen los presidentes.
Siempre.
Pablo Padilla Rubio
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