martes, 22 de enero de 2013

De ferias, libros y papeles


Ayer jueves 25 de octubre fue la inauguración oficial de la Feria Internacional del Libro de Santiago. No pude ir. Me perdí la fiesta oficial, con su danza de políticos de acá y de allá y sus rimbombantes declaraciones a favor de una cultura que el resto del año se dedican a demoler.

El gobierno de Chile se lució culturalmente en 2012. Como gran favor a la literatura, las adquisiciones estatales de libros estuvieron dedicadas fundamentalmente a… libros de autoayuda. Tal vez los lectores favorecidos no se enteren de que este pequeño país tiene dos premios Nobel de literatura, pero al menos sabrán quién se llevó su queso…

El optimista dirá “algo es algo”. Las mujeres son de Venus, los hombres son de Marte, y parece que los políticos son de Plutón, ese pequeño cuerpo celeste degradado, tan lejos de nosotros, tan frío, tan invisible.

Si: me perdí la fiesta de inauguración, pero en un par de días tendré mi pequeña revancha, encabezando el lanzamiento de un libro. Me toca ser parte de un empeño a contracorriente: dirijo una colección de títulos dedicados en exclusiva al rock. La iniciativa, que no tiene nada de novedosa en el mundo, sí es inédita en Chile. Y más insólito aún, considerando que, según cifras y encuestas, la lectura es un vicio que va en retirada. La gente no entiende lo que lee (ni siquiera las instrucciones de una sopa instantánea, según dicen). Las masas prefieren pequeñas pantallas brillantes antes de la sobria opacidad del papel. Puede ser. Por lo menos una vuelta en el Metro da señales de esas preferencias.

Pero aún así, el empeño está. Y hasta el momento da sus frutos. El volumen principal de la serie (Libro Blanco del rock), se vende sostenidamente ya por tres años. Fundamentalmente a jóvenes. Y no es un libro demasiado barato. O lo que acá se considera barato.

Porque el libro, quiéranlo o no, resiste ahora y siempre. Tengamos fe: en un mundo hiperpoblado, seguramente el libro, en el peor de los casos, pasará a ser un producto de nicho, como viene siendo el disco de vinilo. Yo le auguro una larga vida, o una lenta agonía, que no es lo mismo pero es igual. Soy parte de la cofradía que junta y junta libros. El libro aún mantiene su prestigio, incluso entre los que leen. De hecho, es probable que ese respeto sea aún mayor entre quienes no se dan a la lectura: paradoja de papel. Todavía la publicación de un volumen le saca brillo al currículo de cualquiera. No es romanticismo, no es una excentricidad: es una gracia. Y si bien en el transporte público imperan toda clase de smartphones, tablets y gadgets, las miradas cómplices de los que repasamos página a página alguna maravilla impresa dan cuenta de una hermandad silenciosa que está viva y sana.

La Feria del Libro de Santiago estará, como cada año, repleta de gente. Estoy seguro. Padres e hijos, o gente solitaria, buscando entre cientos de miles de títulos el ejemplar preciso para llevarse hasta su casa, al disfrute privado e intenso. ¿Ojalá que sea alguno de los míos! Y si no es así, me da lo mismo. Sentiré a cada uno de esos lectores como un socio en este empeño de futuro. Larga vida al papel.


Pablo Padilla Rubio

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