martes, 22 de enero de 2013

Rock entre araucarias


Rock entre araucarias

Sumando ya muchas décadas de vida, el rock and roll hace rato que dejó de ser un fenómeno exclusivamente gringo. Y es que el poder del estilo se expandió por el mundo rápidamente, convirtiéndose en expresión local en todas las latitudes.

Y qué mejor comprobación de las expresiones locales de un fenómeno universal que el libro “Rock entre araucarias”, del periodista Nelson Zapata. Porque las historias detrás del rock chileno no sólo se nutren de los grandes nombres que acumulan reconocimiento y prestigio, sino que hay también un gran relato desconocido de los cultores que construyen escena desde el anonimato, este texto es bienvenido. Enfocado en el sonido eléctrico de la Novena Región de la Araucanía, Temuco y sus zonas aledañas son el centro de este bien documentado relato.

Claro que la apuesta es arriesgada. Y cómo no va a serlo, si lo que se relata en estas páginas tiene un claro acento marginal. Rock de provincia, de un país al extremo sur del planeta, suena extraño. Por eso, no deja de sorprender, al revisar estas páginas, cómo este esfuerzo de los rockeros sureños ha sido sostenido por más de cinco décadas. Enfrentando dificultades estructurales, de infraestructura, de cultura y de rechazo, el rock de la Novena Región sorprende por lo terco e intenso de sus expresiones.

En sus más de cuatrocientas páginas, Nelson Zapata es exhaustivo y contundente, cubriendo en su proyecto no sólo un largo transcurso de tiempo, sino que abarcando un amplio espectro de estilos. Así, podemos conocer a cerca de 100 bandas, representando tendencias como el hard rock, el progresivo, el punk, el pop, la balada rockera y un larguísimo etcétera de tendencias. Todo lo cual da cuenta de una escena injustamente desconocida pero, a estas alturas, imprescindible de ser revelada.

Y si bien el centro de la región es la ciudad de Temuco, “Rock entre araucarias” da cuenta de un movimiento que escapa de los límites urbanos para hacerse presente en muchas otras localidades, como Padre Las Casas, Collipulli, Angol, Victoria o Traiguén. En todos estos lugares, el buen rock ha sido capaz de imponerse e ir ganando y consolidando un espacio.

El libro de Nelson Zapata ilumina aspectos en los cuales la escena sureña asoma con colores propios como una plaza imprescindible, por tradición y fuerza. Por lo mismo, se agradece el esfuerzo de sacar adelante un texto como este, escrito no solo con rigurosidad y abundante investigación, sino que con una pasión que recorre el volumen de principio a fin.

Para amantes del rock más sentido y marginal, pero también para aquellos que quieren ir desde los grandes escenarios del mainstream hacia el rock más aguerrido y desconocido, “Rock entre araucarias” debe ser una elección clara para conocer otra visión de la música chilena. Entre lluvias y decibeles, el poder de estos acordes no se detiene.

Los interesados en adquirir este libro, pueden contactarse en el e-mail rockaraucariuas@gmail.com.

Y como parte de nuestro personal esfuerzo por difundir este tipo de esfuerzos, conversamos con su autor. Así, el propio Nelson Zapata nos entrega más detalles de su proyecto. Este es el detalle de lo conversado con Nelson.

¿Desde cuando estabas desarrollando el proyecto de libro?
-Antes de ingresar a estudiar Periodismo, aún en la Enseñanza Media, comencé a recopilar información. Hablo de unos 17 años antes de publicar el libro (2009), juntando fanzines, flayers, fotos o entrevistas, con la idea de hacer algo que perpetuara la memoria del rock y metal de Temuco. Escribir el libro fue la evolución natural al ver que poseía una gran cantidad de material, y también al percatarme de una gran ola de revisionismo rockero, con muchas publicaciones nacionales, las cuales se han saltado esta zona, como si acá nunca hubiese habido una guitarra eléctrica.
¿Qué es lo más novedoso o importante que descubriste en el curso de tu investigación?
-“Rock entre araucarias” reafirmó mi hipótesis inicial, de que en Temuco y las comunas aledañas el desarrollo del rock se ha dado de manera paralela a la evolución nacional. Por supuesto, con los matices propios de una región pobre y que está a 675 kilómetros de la capital (distancia que hace 50 años se hacía aún más evidente). La precariedad es parte de la historia de nuestro rock, pero eso es una fibra de su identidad. Grupos con guitarras hechas en la cárcel, pero que aun así tocaban para gimnasios llenos en los 60. Fans clubs de bandas locales en plena Nueva Ola. Un grupo de rock progresivo sinfónico como Shalom, en los 70, de una calidad indiscutible y que ninguna investigación prestó atención antes, pese a que grabaron un LP producido por personal de Hanna Barbera. Son 50 años “al margen de la historia rockera nacional oficial” con propuestas que tienen mucho qué decir.

¿Fue difícil concretar el libro (me refiero a la publicación)?
-Sólo los problemas propios de mi inexperiencia (es mi primer libro) y de los costos de impresión. El proyecto inicial eran 150 páginas, y terminado de escribir, eran 450. Hubiese sido un asesinato editarlo, así que debí recurrir al crédito bancario. Todo por amor al arte, como es el rock nomás.

¿Recibiste algún apoyo estatal o privado?
-Sí, en cuanto a lo estatal, me adjudiqué un Fondo para el Fomento de la Música Nacional, en el área de investigación el 2008. Y en lo privado, me apoyó Telefónica del Sur y la Cámara de Comercio Detallista de Temuco.
¿Pagaste algún costo personal al hacer el libro?
-En lo económico, los aportes citados anteriormente fueron fundamentales, aunque no suficientes. Hay un crédito de la banca que aún estoy pagando por ello. La venta de “Rock entre araucarias”, aunque buena, no alcanza a cuadrar los números. Y en lo personal, sólo satisfacciones. Por supuesto me he encontrado con comentarios, mínimos por cierto, como “incluiste a tus puros amigos”, lo que evidentemente es falso. Entrevisté a 82 personas, gente que estaba tocando cuando yo ni nacía, así como cité más de cien agrupaciones, algunas de ellas iniciativas insertas en circuitos con los cuales no estaba muy familiarizado, como el brit pop, funk o el reggae, y que, creo, son parte importante de la escena local.

¿Cómo ha sido la recepción del libro en la comunidad rockera de tu región?
-Muy buena. Hay también cierto grado de agradecimiento y de respeto por mi trabajo. Son tantas historias, canciones, anécdotas, música y letras en cinco décadas, que de no haber sido por esta investigación, estarían destinadas a perderse junto con la memoria de sus protagonistas. Hay fotos con 20, 30, 40 ó 50 años de antigüedad, prestadas desde álbumes familiares, que nunca hubiesen sido difundidas de otra manera. Es un reconocimiento a gente que sin ningún fin de lucro, generó arte bajo la perspectiva del rock. Y además, situarlos en el mapa rockero nacional. Para muchos, sus historias pasaron por un túnel del tiempo,  desde haber tocado en sedes vecinales hace 20 años, a ahora ser leídos por gente de Argentina, Estados Unidos, Francia, Noruega o España, donde ha ido a parar mi libro.

¿Cuál es el aporte mayor de tu región al rock chileno?
-Músicos, anécdotas, mensaje e identidad. En cuanto a los protagonistas, de acá son gente fundacional del rock nacional como Horacio Saavedra o Nano Vicencio, más un largo etcétera. Acá se realizó un festival nacional de rock en 1974, en plena dictadura, un hito absolutamente poco común para la época. Y hay un mensaje de identidad indiscutible, ligado a los conflictos raciales, menosprecio social e índices de pobreza, que no se dan en otro lado. Lo escribí en las conclusiones: si el rock a nivel mundial ha sido bastardeado desde sus inicios, ¿qué lugar más inspirador para tocar en una banda rockera, es Temuco, Padre Las Casas, Lumaco o Galvarino, comunas marginalizadas, donde el grito rebelde del metal o el rock tiene su propio lenguaje? En Temuco, afuera del mall pasan carretas de mapuches que hacen trafkintus (intercambios); a pocos kilómetros de la Intendencia se han quemado camiones de manera violenta; hay latifundios que alguna vez fueron usurpados a las comunidades originarias, y a un par de cuadras del barrio alto hay mediaguas con familias que viven en la extrema pobreza. El rock en nuestra región está cargado de esas realidades identitarias. Es un rock sureño, de la frontera y mestizo.

¿Qué tareas pendientes le quedan al rock local para alcanzar un nivel superior?
-Lo primero, consolidar una escena en cuanto a audiencia. Es deber de las bandas y productores persuadir a que aquella persona que escucha rock en la comodidad de su casa (“o rockero de dormitorio” como se le dice de manera despectiva), a que apague el DVD de su pieza y vaya a ver las tocatas que cada fin de semana se realizan en los bares locales. Pero por otro lado, “capturar” a ese eventual consumidor de rock local, sólo se logra ofreciendo un buen show, con bandas que suenen bien (buenos instrumentos y amplificación) y con una infraestructura en los espacios para tocar donde no dé lata ir con tu polola, esposa, hija (o), amigo o quien quieras invitar. Y para eso, hay que invertir.

¿El centralismo es un problema para las expresiones del rock regional?
-El centralismo es un problema transversal para el país, dentro de lo cual las iniciativas culturales no están exentas. Según la última Encuesta Casen, la Novena Región de La Araucanía es la más pobre del país. Y las dos que siguen son sus vecinas, o sea Bío Bío y Los Ríos. Es decir, estamos en medio de una zona muy deprimida y con baja expectativa. Eso se ha querido solucionar con políticas públicas venidas desde Santiago, sin considerar la mirada local. Y, por supuesto, eso rebota en las políticas culturales, no sólo porque son la última prioridad, si no porque las decisiones no pasan por los actores protagonistas. ¿Eso en qué influye? En escasos recursos, poca infraestructura, baja expectativa, poco financiamiento y nulo apoyo de la empresa privada. A eso hay que sumarle el problema territorial que históricamente ha enfrentado al Estado con los pueblos originarios, y que en esta zona se hace aún más patente. Sin embargo, pese a todo lo anterior, las distancias se han acercado, gracias a la web 2.0 y las redes sociales. El mejor acceso e intercambio de información han servido para dar a conocer las iniciativas locales y muchas bandas han logrado notoriedad nacional. Haciendo un recuento rápido de los últimos tiempos, los temuquenses death thrash Cryptic telonearon a Morbid Angel; los heavy Cuervo hicieron lo propio con Rhapsody of Fire y Symphonia; los hard & heavy Pewmayen de Padre Las Casas vienen llegando de una gira por seis países de Europa; los hard folk Tierra Oscura fueron invitados a Argentina a tocar con La Renga; los black metal Füthan abrieron el show de Inmortal en Chile; o los hardblues Rockalmasiao ganaron un concurso de una radio nacional, entre más de cien grupos.

¿Por qué hay que leer tu libro?
-Porque si bien la historia del rock sureño evolucionó de una manera paralela al país, se presenta con matices propios de su contexto, lo que generan un circuito y una realidad muy interesante para cualquier fanático de la historia del rock, o de las ciencias sociales en general. Y además porque está escrito no desde un sitial académico ni como un glosario de grupos; si no que tiene un hilo narrativo que mezcla datos musicales, personales de sus protagonistas, así como una vinculación al contexto social, geográfico y el desarrollo ciudadano y social de la Región, por lo que a un lector en general también le puede interesar. Es una perspectiva distinta de la historia de Temuco y La Araucanía, así como una mirada distinta de la historia del rock y el metal.




Pablo Padilla Rubio


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