Rock entre araucarias
Sumando ya muchas décadas de vida, el rock and roll hace
rato que dejó de ser un fenómeno exclusivamente gringo. Y es que el poder del
estilo se expandió por el mundo rápidamente, convirtiéndose en expresión local
en todas las latitudes.
Y qué mejor comprobación de las expresiones locales de un
fenómeno universal que el libro “Rock entre araucarias”, del periodista Nelson
Zapata. Porque las historias detrás del rock chileno no sólo se nutren de los
grandes nombres que acumulan reconocimiento y prestigio, sino que hay también
un gran relato desconocido de los cultores que construyen escena desde el
anonimato, este texto es bienvenido. Enfocado en el sonido eléctrico de la
Novena Región de la Araucanía, Temuco y sus zonas aledañas son el centro de
este bien documentado relato.
Claro que la apuesta es arriesgada. Y cómo no va a serlo, si
lo que se relata en estas páginas tiene un claro acento marginal. Rock de
provincia, de un país al extremo sur del planeta, suena extraño. Por eso, no deja
de sorprender, al revisar estas páginas, cómo este esfuerzo de los rockeros
sureños ha sido sostenido por más de cinco décadas. Enfrentando dificultades
estructurales, de infraestructura, de cultura y de rechazo, el rock de la
Novena Región sorprende por lo terco e intenso de sus expresiones.
En sus más de cuatrocientas páginas, Nelson Zapata es
exhaustivo y contundente, cubriendo en su proyecto no sólo un largo transcurso
de tiempo, sino que abarcando un amplio espectro de estilos. Así, podemos conocer
a cerca de 100 bandas, representando tendencias como el hard rock, el
progresivo, el punk, el pop, la balada rockera y un larguísimo etcétera de
tendencias. Todo lo cual da cuenta de una escena injustamente desconocida pero,
a estas alturas, imprescindible de ser revelada.
Y si bien el centro de la región es la ciudad de Temuco,
“Rock entre araucarias” da cuenta de un movimiento que escapa de los límites
urbanos para hacerse presente en muchas otras localidades, como Padre Las
Casas, Collipulli, Angol, Victoria o Traiguén. En todos estos lugares, el buen
rock ha sido capaz de imponerse e ir ganando y consolidando un espacio.
El libro de Nelson Zapata ilumina aspectos en los cuales la
escena sureña asoma con colores propios como una plaza imprescindible, por
tradición y fuerza. Por lo mismo, se agradece el esfuerzo de sacar adelante un
texto como este, escrito no solo con rigurosidad y abundante investigación,
sino que con una pasión que recorre el volumen de principio a fin.
Para amantes del rock más sentido y marginal, pero también
para aquellos que quieren ir desde los grandes escenarios del mainstream hacia
el rock más aguerrido y desconocido, “Rock entre araucarias” debe ser una
elección clara para conocer otra visión de la música chilena. Entre lluvias y
decibeles, el poder de estos acordes no se detiene.
Los interesados en adquirir este libro, pueden contactarse
en el e-mail rockaraucariuas@gmail.com.
Y como parte de nuestro personal esfuerzo por difundir este
tipo de esfuerzos, conversamos con su autor. Así, el propio Nelson Zapata nos
entrega más detalles de su proyecto. Este es el detalle de lo conversado con
Nelson.
¿Desde cuando estabas desarrollando el proyecto de libro?
-Antes
de ingresar a estudiar Periodismo, aún en la Enseñanza Media, comencé a
recopilar información. Hablo de unos 17 años antes de publicar el libro (2009),
juntando fanzines, flayers, fotos o entrevistas, con la idea de hacer algo que
perpetuara la memoria del rock y metal de Temuco. Escribir el libro fue la
evolución natural al ver que poseía una gran cantidad de material, y también al
percatarme de una gran ola de revisionismo rockero, con muchas publicaciones
nacionales, las cuales se han saltado esta zona, como si acá nunca hubiese
habido una guitarra eléctrica.
¿Qué es lo más novedoso o importante que descubriste en el curso
de tu investigación?
-“Rock
entre araucarias” reafirmó mi hipótesis inicial, de que en Temuco y las comunas
aledañas el desarrollo del rock se ha dado de manera paralela a la evolución
nacional. Por supuesto, con los matices propios de una región pobre y que está
a 675 kilómetros de la capital (distancia que hace 50 años se hacía aún más
evidente). La precariedad es parte de la historia de nuestro rock, pero eso es
una fibra de su identidad. Grupos con guitarras hechas en la cárcel, pero que
aun así tocaban para gimnasios llenos en los 60. Fans clubs de bandas locales
en plena Nueva Ola. Un grupo de rock progresivo sinfónico como Shalom, en los
70, de una calidad indiscutible y que ninguna investigación prestó atención
antes, pese a que grabaron un LP producido por personal de Hanna Barbera. Son
50 años “al margen de la historia rockera nacional oficial” con propuestas que
tienen mucho qué decir.
¿Fue difícil concretar el libro (me refiero a la publicación)?
-Sólo
los problemas propios de mi inexperiencia (es mi primer libro) y de los costos
de impresión. El proyecto inicial eran 150 páginas, y terminado de escribir,
eran 450. Hubiese sido un asesinato editarlo, así que debí recurrir al crédito
bancario. Todo por amor al arte, como es el rock nomás.
¿Recibiste algún apoyo estatal o privado?
-Sí,
en cuanto a lo estatal, me adjudiqué un Fondo para el Fomento de la Música
Nacional, en el área de investigación el 2008. Y en lo privado, me apoyó
Telefónica del Sur y la Cámara de Comercio Detallista de Temuco.
¿Pagaste algún costo personal al hacer el libro?
-En
lo económico, los aportes citados anteriormente fueron fundamentales, aunque no
suficientes. Hay un crédito de la banca que aún estoy pagando por ello. La
venta de “Rock entre araucarias”, aunque buena, no alcanza a cuadrar los
números. Y en lo personal, sólo satisfacciones. Por supuesto me he encontrado
con comentarios, mínimos por cierto, como “incluiste a tus puros amigos”, lo
que evidentemente es falso. Entrevisté a 82 personas, gente que estaba tocando
cuando yo ni nacía, así como cité más de cien agrupaciones, algunas de ellas
iniciativas insertas en circuitos con los cuales no estaba muy familiarizado,
como el brit pop, funk o el reggae, y que, creo, son parte importante de la
escena local.
¿Cómo ha sido la recepción del libro en la comunidad rockera de
tu región?
-Muy
buena. Hay también cierto grado de agradecimiento y de respeto por mi trabajo.
Son tantas historias, canciones, anécdotas, música y letras en cinco décadas,
que de no haber sido por esta investigación, estarían destinadas a perderse
junto con la memoria de sus protagonistas. Hay fotos con 20, 30, 40 ó 50 años
de antigüedad, prestadas desde álbumes familiares, que nunca hubiesen sido
difundidas de otra manera. Es un reconocimiento a gente que sin ningún fin de
lucro, generó arte bajo la perspectiva del rock. Y además, situarlos en el mapa
rockero nacional. Para muchos, sus historias pasaron por un túnel del
tiempo, desde haber tocado en sedes vecinales hace 20 años, a ahora ser
leídos por gente de Argentina, Estados Unidos, Francia, Noruega o España, donde
ha ido a parar mi libro.
¿Cuál es el aporte mayor de tu región al rock chileno?
-Músicos,
anécdotas, mensaje e identidad. En cuanto a los protagonistas, de acá son gente
fundacional del rock nacional como Horacio Saavedra o Nano Vicencio, más un
largo etcétera. Acá se realizó un festival nacional de rock en 1974, en plena
dictadura, un hito absolutamente poco común para la época. Y hay un mensaje de
identidad indiscutible, ligado a los conflictos raciales, menosprecio social e
índices de pobreza, que no se dan en otro lado. Lo escribí en las conclusiones:
si el rock a nivel mundial ha sido bastardeado desde sus inicios, ¿qué lugar
más inspirador para tocar en una banda rockera, es Temuco, Padre Las Casas,
Lumaco o Galvarino, comunas marginalizadas, donde el grito rebelde del metal o
el rock tiene su propio lenguaje? En Temuco, afuera del mall pasan carretas de
mapuches que hacen trafkintus (intercambios); a pocos kilómetros de la
Intendencia se han quemado camiones de manera violenta; hay latifundios que
alguna vez fueron usurpados a las comunidades originarias, y a un par de
cuadras del barrio alto hay mediaguas con familias que viven en la extrema
pobreza. El rock en nuestra región está cargado de esas realidades
identitarias. Es un rock sureño, de la frontera y mestizo.
¿Qué tareas pendientes le quedan al rock local para
alcanzar un nivel superior?
-Lo
primero, consolidar una escena en cuanto a audiencia. Es deber de las bandas y
productores persuadir a que aquella persona que escucha rock en la comodidad de
su casa (“o rockero de dormitorio” como se le dice de manera despectiva), a que
apague el DVD de su pieza y vaya a ver las tocatas que cada fin de semana se
realizan en los bares locales. Pero por otro lado, “capturar” a ese eventual
consumidor de rock local, sólo se logra ofreciendo un buen show, con bandas que
suenen bien (buenos instrumentos y amplificación) y con una infraestructura en
los espacios para tocar donde no dé lata ir con tu polola, esposa, hija (o),
amigo o quien quieras invitar. Y para eso, hay que invertir.
¿El centralismo es un problema para las expresiones del rock
regional?
-El
centralismo es un problema transversal para el país, dentro de lo cual las
iniciativas culturales no están exentas. Según la última Encuesta Casen, la
Novena Región de La Araucanía es la más pobre del país. Y las dos que siguen
son sus vecinas, o sea Bío Bío y Los Ríos. Es decir, estamos en medio de una
zona muy deprimida y con baja expectativa. Eso se ha querido solucionar con
políticas públicas venidas desde Santiago, sin considerar la mirada local. Y,
por supuesto, eso rebota en las políticas culturales, no sólo porque son la
última prioridad, si no porque las decisiones no pasan por los actores
protagonistas. ¿Eso en qué influye? En escasos recursos, poca infraestructura,
baja expectativa, poco financiamiento y nulo apoyo de la empresa privada. A eso
hay que sumarle el problema territorial que históricamente ha enfrentado al
Estado con los pueblos originarios, y que en esta zona se hace aún más patente.
Sin embargo, pese a todo lo anterior, las distancias se han acercado, gracias a
la web 2.0 y las redes sociales. El mejor acceso e intercambio de información
han servido para dar a conocer las iniciativas locales y muchas bandas han
logrado notoriedad nacional. Haciendo un recuento rápido de los últimos
tiempos, los temuquenses death thrash Cryptic telonearon a Morbid Angel; los
heavy Cuervo hicieron lo propio con Rhapsody of Fire y Symphonia; los hard
& heavy Pewmayen de Padre Las Casas vienen llegando de una gira por seis
países de Europa; los hard folk Tierra Oscura fueron invitados a Argentina a
tocar con La Renga; los black metal Füthan abrieron el show de Inmortal en
Chile; o los hardblues Rockalmasiao ganaron un concurso de una radio nacional,
entre más de cien grupos.
¿Por qué hay que leer tu libro?
-Porque
si bien la historia del rock sureño evolucionó de una manera paralela al país,
se presenta con matices propios de su contexto, lo que generan un circuito y
una realidad muy interesante para cualquier fanático de la historia del rock, o
de las ciencias sociales en general. Y además porque está escrito no desde un
sitial académico ni como un glosario de grupos; si no que tiene un hilo
narrativo que mezcla datos musicales, personales de sus protagonistas, así como
una vinculación al contexto social, geográfico y el desarrollo ciudadano y social
de la Región, por lo que a un lector en general también le puede interesar. Es
una perspectiva distinta de la historia de Temuco y La Araucanía, así como una
mirada distinta de la historia del rock y el metal.
Pablo Padilla Rubio
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